UN MISTERIOSO ESPÍA “PERUANO”
El último en la torre. La increíble historia del espía peruano ejecutado en Londres durante la Primera Guerra Mundial (Lima: Ed. Planeta, 2022), de Hugo Coya, es una novela para reflexionar sobre la posibilidad de que una persona puede ser suplantada en tiempos de guerra, pero también para meditar sobre el antisemitismo de los servidores públicos peruanos y británicos durante la segunda década del siglo XX.
Según el autor, no es una novela puramente ficcional, sino que se basa en hechos reales, cuyo protagonista, Ludovico Hurwitz, está considerado en los archivos de Inglaterra como el único peruano y la última persona en recibir la pena de muerte durante aquella conflagración.
Lo interesante es que hasta hoy existen dos tumbas con el mismo nombre en Londres y San José de Costa Rica. Corresponden a dos personas diferentes, quienes alguna vez se conocieron en el Perú. Uno de ellos dio harto trabajo al Servicio Secreto británico empeñado en descifrar el misterio sobre el “peruano” que espiaba para los alemanes.
La historia contiene dos líneas narrativas paralelas: la primera se despliega en los capítulos impares, presentando los hechos materia de investigación de la policía británica; la segunda, en los capítulos impares, con relatos complementarios.
La descripción del ambiente, los personajes y los hechos, es meticulosa, con lenguaje directo y preciso, al estilo de los grandes reportajes trabajados por autores como el recordado Truman Capote, quien renovó al formato periodístico dotándole de un fuerte aliento literario.
La técnica de Coya se configura como un juego de ajedrez, donde cada movimiento define un capítulo: “El caballo uruguayo”, “Enroque en Los Reyes”, “El alfil brasileño”, “Doble ataque con torre”, “Jaque a la descubierta”. La estrategia narrativa implica presentar los hechos como parte de un juego más grande: el realizado, en el trasfondo, por los cerebros del espionaje y el contraespionaje británico y alemán, respectivamente. Recurso ingenioso que hace aún más entretenida la lectura de la novela.
¿Quién fue el verdadero Ludovico Hurwitz y en cuál de las tumbas reposan sus restos, en la de Londres o en la de San José de Costa Rica? Para poder responder a la pregunta, el autor desarrolla varios relatos.
Uno de ellos da cuenta de la trayectoria vital de Natasius Hurwirtz, un judío que a los veinte años partió de su natal Topolinken, pueblo de Prusia, y llegó con su hermano menor, Josef, a los Estados Unidos de América, donde participó en la Guerra de Secesión, alistado en el ejército de la Unión. Lo motivó a combatir su solidaridad con los abolicionistas. Pero fue herido en una mano y, ya con una pensión del gobierno gringo, decidió seguir hacia el Perú, atraído por su antigua fama como país del oro. En Lima, conocerá a la que será su esposa, Augusta Zender.
Otro relato interesante corresponde a la familia de Augusta Zender, también judía, del pueblo polaco de Kepno. Los Zender habían vivido en aquel lugar desde comienzos del siglo XVI. Deciden venirse al Perú, cansados de las dificultades que pasaban por ser judíos y para remate, víctimas de epidemias como el cólera, debido a su pobreza. Así, en 1869, dejan su pueblo rodeado de pinares y, tras atravesar medio mundo, se instalan en la árida y húmeda Lima. Sin conocidos en el país y sin saber hablar español, les cuesta salir adelante, hasta ganarse un espacio de cierta comodidad.
El autor narra que Ludovico Hurwitz nació en el Callao, fruto de la unión de Natanius y Augusta. Al principio, Natanius quería que el niño llevara el nombre germano Ludwig, mas su esposa prefirió el equivalente español: Ludovico. Pasada la mayoría de edad, Ludovico se convirtió en un comerciante próspero, siguiendo la tradición paterna.
Tres décadas después, ya en el contexto de la Primera Guerra Mundial, en Londres, se ve a Ludovico detenido por el Servicio Secreto británico, el cual tiene evidencias para acusarlo de que, bajo la fachada de comerciante de pescados enlatados, ha estado enviando a los alemanes información secreta sobre los movimientos de la armada británica. La pena máxima para espías en tiempos de guerra es la muerte. Ludovico se exalta, dice que lo están confundiendo con otro y exige que se le libere de inmediato para no vulnerar más sus derechos como ciudadano peruano.
Los agentes británicos tienen la lupa puesta sobre una red de espionaje enemiga tendida desde Holanda y que tiene como integrantes a espías sudamericanos descendientes de alemanes. Entre los sospechosos de integrar la red se hallan Ludovico, el uruguayo Augusto Alfredo Roggen y el brasileño Fernando Buschmann.
Los detectives James Stevenson y Reginald Drake le han echado el guante a Ludovico y Roggen, en lugares y momentos distintos. Otro detective británico, George Riley, está tras los pasos de Buschmann. Tienen la misión de deshacer la red de espionaje germana.
Con la acuciosidad que les caracteriza, los agentes británicos llegan a la conclusión de que Roggen y Buschmann son espías improvisados y que por eso han cometido muchos errores, además de caer en contradicciones durante el interrogatorio. Sin duda, los alemanes han desplegado a estos espías descartables, para distraer a la inteligencia británica y proteger a un agente de mayor importancia, que parece ser Ludovico.
Roggen es fusilado el 17 de septiembre de 1915 en el patio de la Torre de Londres, fortificación ubicada en la ribera norte del río Támesis, en el corazón de Londres. Dos semanas después, ocurre lo propio con Buschmann, cuya muerte es antecedido por un momento especial, porque como músico que es le permiten tocar en su violín algunas piezas clásicas; después de su fusilamiento, llega a las autoridades de Londres, extrañamente tarde, un pedido de clemencia del presidente brasileño Venceslau Brás.
Stevenson y sus colegas demoraron un tiempo más para conocer la verdadera identidad de Ludovico, quien por la forma como encaraba los interrogatorios parecía ser un inocente. El detective no encontraba al principio indicios para llevarlo ante el juez. De origen irlandés y motejado por la prensa de ser ultracatólico y antisemita, Stevenson tenía, empero, una reputación de policía empeñoso y meticuloso, lo cual no podía quedar en entredicho.
Las autoridades británicas solicitaron información sobre el supuesto espía peruano a la Embajada del Perú en Londres, cuyo encargado de negocios, Edmundo de la Fuente y de las Casas, no pudo atender oportunamente la solicitud debido a que los funcionarios de Lima no hicieron su trabajo de enviarle la documentación. En realidad, nunca respondieron a los cables que, con los sellos de “Urgente”, “Reservado” y “Secreto”, les envió reiteradamente De la Fuente. ¿Por qué no respondieron a sabiendas que estaba en juego la vida de un ciudadano peruano? ¿Fue por simple pereza o porque este ciudadano era judío?
Para investigar sobre los antecedentes de Ludovico, tuvo que viajar desde Londres a Lima el agente Ernest Angelius Rennie. Este encontró en Lima a otro Ludovico, con similares rasgos físicos, los mismos apellidos e idéntica historia, pero que nunca había estado en Europa. La pregunta saltó al instante: ¿y quién era el otro que estaba preso?
El nuevo interrogatorio al que sometieron al Ludovico preso se hizo más fino y le hizo incurrir en errores: dijo que su familia paterna era originaria de una región de Bohemia; que nació en 1885 – el verdadero Ludovico había nacido en 1884-; que nació en Lima – no en el Callao, donde había visto la luz por primera vez el Ludovico auténtico-. Había suficientes razones para llevarlo al paredón, lo cual acaeció el 11 de abril de 1966.
Se trataba de un espía alemán, cuyo verdadero nombre se supo tiempo después: Adolf Weiszflog. Al parecer, la inteligencia alemana, empleando sus contactos en el Perú, había tomado la identidad de Ludovico para suplantarlo. Las razones para realizar esta suplantación se explican por el hecho de que Adolf y Ludovico tenían cierto parecido físico y dos datos claves: Adolf tenía parientes en Lima y en Pacasmayo, había vivido en Lima antes de la guerra y hasta se había hecho amigo de Ludovico.
Ludovico Hurwitz de Zender falleció 47 años después del fusilamiento de Weiszflog y fue sepultado en un cementerio de Costa Rica.
La historia finaliza con una reflexión que hace Coya sobre la posibilidad de que una persona puede ser suplantada y duplicada. Ello abre nuevos caminos en la mente del lector, para releer tan singular historia, asociándola a casos similares de suplantación o de homonimia, con resultados inquietantes, en otros contextos de mucha violencia y sospecha, como fue, por ejemplo, el contexto del conflicto armado interno del Perú.
Retomando algunas ideas del autor expresadas en la novela, se puede acotar que los prejuicios sobre “los otros” o, peor aún, la discriminación de las personas a las que se considera menos por su origen, su color o su religión pueden alimentar con creces la sospecha y los abusos de quienes tienen el poder.
La novela pone de relieve el antisemitismo de los servidores públicos peruanos que no respondieron a la solicitud de información sobre Ludovico Hurwitz, también la actitud cuestionable de las autoridades británicas, quienes, ya enteradas de la verdadera identidad del espía al que fusilaron, no quisieron cambiar el nombre erróneo sobre la lápida de su tumba.
Hugo Coya (Lima, 1960) es escritor, periodista y productor de cine y TV. Ha sido director de medios importantes: El Peruano, IRTP, entre otros. Ha publicado los libros: Estación final (2010), Polvo en el viento (2011), El periodista y la televisión (2014), Los secretos de Elvira (2014), Genaro (2015) y Memorias del futuro (2017).

 
						 
						 
						